Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y buen año! En este primer día del año, en el clima gozoso, si bien frío, de la Navidad, la Iglesia nos invita a fijar nuestra mirada de fe y de amor en la Madre de Jesús. En Ella, humilde mujer de Nazaret, “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” ( Jn 1, 14). Por eso es imposible separar la contemplación de Jesús, la Palabra de la vida que se ha hecho visible y tangible (cfr. 1 Jn 1,1), de la contemplación de María, que le ha dado su amor y su carne humana. Hoy escuchamos las palabras del apóstol Pablo: “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer” ( Gal 4,4). Aquel “nacido de una mujer” habla de manera esencial y por esto aún más fuerte de la verdadera humanidad del Hijo de Dios. Como afirma un Padre de la Iglesia, San Atanasio: “Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre y de él vino la salvación de toda la humanidad” (Carta a Epíteto: PG 26). Pero San Pablo añade también: “Nacido bajo la ley” ( Gal 4, 4...
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