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 SIEMPRE ES TIEMPO DE CONVERSIÓN


Estemos en una pandemia, sea cuaresma o nos preparemos para algún acontecimiento, diría que siempre es tiempo de conversión, solo que en estos momentos concretos es cuando se nos aviva ese recuerdo de volver a Dios de una manera más radical, dejando lo que estorba en el corazón para amar más y más a Dios. ¿Quién, que se considere cristiano, no tiene estos deseos? Queremos ser "mejores personas", como se suele decir, crecer en paciencia, amabilidad, que no nos afecten los contratiempos, ayudar a los demás en lo que podamos y "sentirnos bien con nosotros mismos". Eso es indudable y además es algo bueno, pero, ¿Qué hay de fondo en esta actitud? Es decir, ¿Qué puede haber de equivocado? Conversión sí, pero bien entendida. 

Esto que quiero expresar sirve tanto para los que practican la religión, desde los que sólo van a misa los domingos y nada más, hasta los que buscan la misa diaria y la oración constante; los que creen y se hacen llamar "creyentes no practicantes" (Habría que llamarlos directamente no creyentes, pero eso nos daría para otra entrada) y aquellos que no creen y rechazan a Dios, porque al entender mal lo que es la conversión, evidentemente no la quieren. De hecho me sorprende más buscar la conversión mal entendida que directamente no quererla, porque acaba siendo insoportable. Mando este aviso para cualquiera de estos 3 grupos, no para algunos pocos, porque es fácil no comprender cómo tiene que ser nuestra vuelta a Dios. 
Todos, o al menos la gran mayoría, porque siempre hay gente buena y recta donde yo no me incluyo, somos esclavos de nuestras propias obras. Intento explicarme porque esto es lo que pretendo que se entienda. La meta de todo ser humano es la Salvación, la Vida Eterna, la felicidad perpetua en el cielo porque para eso hemos sido creados. Consciente o inconscientemente los buscamos incesantemente. Esta vida nos pide otra. Es una especie de intuición cierta que llevamos en el corazón y que negarlo sería hacer un acto de fe más grande que creer en la misma vida eterna. Entonces, ¿Cómo alcanzarlo? Acercándonos a la Biblia se nos presentan los mandamientos que todos conocemos (Ex 20), cómo amar a Dios: Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando (Dt 6, 4-6), y muchas otras normas que leemos en el libro del Levítico. Pero aún hay más, cuando llegó Jesucristo nos dijo que Él no vino a abolir la ley, sino a darle plenitud. Conocemos también el sermón de la montaña (Mt 5-7) en el que el mismo Cristo nos dice: Habéis oído que se dijo... pero yo os digo... o sea, que mejora lo anterior. De aquí es de donde escuchamos el amor a los enemigos, rezar por los que nos persiguen, poner la otra mejilla, etc. También está el encuentro con el joven rico donde le pregunta: Maestro, ¿Qué he de hacer para heredar la vida eterna? - Cumple los mandamientos - Todo eso lo he cumplido desde pequeño - una cosa te falta, vende lo que tiene, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo (cf. Mc 10, 17-27). Parece que cumplir todo lo anterior vale de poco, y el esfuerzo para esa conversión tiene que ser ímprobo, tanto que los mismos discípulos, justo después del encuentro con este joven, le dicen al Señor: Entonces, ¿Quién puede salvarse? (Mc 10, 26); y Jesús les contesta: Es imposible para los hombres, no para Dios, Dios lo puede todo (Mc 10, 27). Es aquí donde quiero llegar. 
Nuestra salvación es imposible, no la podemos comprar, con nada, ni entregando nuestra vida al martirio. Esto es lo que no tenemos claro y se nos olvida constantemente. ¿Cómo, con nuestras obras que son limitadas, vamos a conseguir algo que es infinito? Nos tenemos que enterar de una vez, CRISTO YA NOS HA SALVADO, muriendo en la cruz y resucitando por nosotros. La victoria está asegurada, Él se ha ido a prepararnos sitio (Jn 14, 2). Esto que parece algo básico, de primero de católico, llevado a la práctica no lo parece tanto, porque en el fondo pretendemos pagar la salvación con nuestros actos (esto es lo que se conoce como pelagianismo) y acabamos, como he dicho al principio, siendo esclavos de nuestras propias obras. Esta es realmente la conversión de San Pablo. No pasó de no creer en Dios a creer en Él, ya era judío y cumplía las más de 600 normas que pedían los judíos. Pasó de vivir escrupulosamente los preceptos a descubrir en Cristo a su redentor. Pasó de saberse salvado por cumplir todos esas normas a ver que la deuda con Dios es insalvable y es Cristo con su gracia quien me salva, no yo. 
No quiero herir sensibilidades, más bien despertar conciencias, pero eso de ir a misa porque toca, hacer una cosa o no hacerla porque hay un mandamiento que me lo ordena o me lo prohíbe, tener que rezar esto porque en mi grupo de whats app lo rezan, escuchar música o ver películas católicas porque si no no puedo ser un buen cristiano, ir a los actos de devoción popular porque se tiene que notar que soy creyente, y muchas otras cosas más, eso es nefasto. Lógicamente en sí no es malo, sino la intención con la que voy, que en el fondo es querer comprar la salvación y acabo siendo, vuelvo a repetir, esclavo de mis obras. Y me atrevería a decir que mucha gente, por el hecho de haber vivido así o por nuestro testimonio de vivir así, ha dejado la iglesia, y diría que hasta lo entiendo. 

Es entonces cuando afloran varias preguntas ¿Qué es por tanto la conversión? La salvación, y por ende la conversión, consiste en saber que Cristo ya me ha salvado. Qué gran libertad nos proporciona esta verdad. Cristo ha pagado el precio de nuestra redención con su preciosa Sangre. Si somos cristianos no podemos vivir como el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo. Siendo hijo se sentía esclavo y exigiendo fiestas y banquetes, cuando él ¡ya los tenía! ¿Por qué entonces me esfuerzo por hacer buenas obras si "no consiguen nada"? Sirven como manera de bendecir y alabar a Dios, agradecerle por todo lo que ha hecho. Con su gracia puedo hacer muchísimo bien que sirve para gloria suya. Que con mi vida Dios sea ensalzado y así que muchos otros lo aclamen. En esta clave es cuando se entiende la petición del Señor al joven rico de venderlo todo, es cuando se entiende la vida tan entregada de los santos, el martirio de los primeros cristianos, etc. No ganan nada porque ya lo tienen, entonces simplemente viven amando a Dios con su vida por todo lo que les ha dado. Las obras también sirven para demostrar mi fe, así lo afirma Santiago en su carta apostólica: Muéstrame tu fe sin obras que yo por mis obras te mostraré mi fe (St 2, 18). Mi fe en Dios que me ha amado primero desde toda la eternidad (1 Jn 4, 10). 
Esto es lo que hoy necesita la Iglesia, porque lo otro nunca ha funcionado. Nos empeñamos en hacer todo más sofisticado, más divertido, más entretenido, pero no cambiamos la base, y esto ya cansa. Dios nos ha hecho hijos en el Hijo. 

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