Cercanía de elecciones para elegir representantes políticos, período para la declaración de bienes y rentas económicas, descubrimiento aquí y allá de malversación de fondos públicos, inestabilidad económica y laboral, crisis de confianza institucional... Imposible permanecer ajeno a estas situaciones y convulsiones que a veces degeneran en crispación, desánimo, escepticismo y desaliento moral. Aunque para otros es fuente de euforia y resurgimiento de viejas utopías. Y eso que nosotros sabemos -no solo creemos cual vago e inútil sentimiento- que Dios Padre "rigen el mundo con justicia y gobierna los pueblos con rectitud". Si no fuera por esto, ¿no tiraríamos alguna vez la toalla viendo tan semejante confusión y pérdida generalizada de confianza? Parece que el Señor, en sus caminos superiores a los nuestros, ha dispuesto tiempos confusos para que brille mejor la sabiduría de la fe.
Hoy como ayer el cristianismo tiene un papel importante que desempeñar. No tanto para conseguir el progreso socio-cultural, cuanto para que cada persona, cada alma, encuentre la vida eterna en el contexto que le ha tocado vivir. Vamos, que hemos de obrar con conciencia recta, llenos de un santo optimismo, y siempre con miras al bien común. alejando todo interés meramente particular. Dios ya hace con nosotros lo que Él quiere hacer: somos luz y sal. No hay que esperar obras divinas espectaculares ni tampoco providencialismos incorpóreos ¿No somos el "cuerpo de Cristo"?
Es preciso, pues, que el cristianismo sea el mejor de los ciudadanos. Responsable y activo, con la actitud de lo que llamaríamos "ética democrática", que consiste en no fiar el estado de justicia social a las instituciones solas, y muchos menos a las ideologías y sus correspondientes "partidos". Por el contrario, muy por encima aunque a través de esas instituciones, grupos y sistemas de compensación y solidaridad, pensar siempre en la persona. en cada persona y en todas las personas. En sus cuerpos, sí, pero sobre todo n susalmas, en el destino eterno de cada una de ellas, que se juegan en el terreno de lo temporal, pero es más que todo eso. No hay que confundir el escenario con los actores. Ni progreso material con realización del Reino de Dios.
Pero es verdad que este es un escenario que requiere de muchos actores secundarios, tramoyistas y apuntadores. Esos que no se ven en la escena, pero sin los cuales no habría representación. Obreros para la mies del mundo, con criterios claros, como la hoz que siega y discierne entre trigo y cizaña. Y ahí está el Dueño de la mies, que no nos mueve como a títeres, sino como a hombres libres. Obreros quiere, no marionetas. Ni del azar ni de las ideas.
Por eso, aunque suene raro, tenemos que rezar. Es lo primero. Entrar en el plan de Dios y asumir las responsabilidades personales. Para pedir luz y sal: gracia de Dios, porque si "Dios no construye la casa, en vano se cansan los albañiles". Algo que han olvidado otros muchos -lógico, pues su fe está cadáver-, ojalá que al menos no lo olvidemos nosotros, los cristianos.
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