“Se ruega a los sacerdotes estén más
disponibles para atender la demanda de los fieles que así lo requieran en sus
domicilios, cuando estos no salen de casa”. Llama la atención esta
indicación que el Obispo de Córdoba
da en el comunicado oficial para hacer frente a la inusual situación que
vivimos. Pide a los sacerdotes que arriesguen su salud si fuera necesario en la
atención a los que viven en soledad y más necesitados que nadie de la gracia. Indicación
controvertida y necesitada de medios prudenciales, sin duda, pero que sirve
bien para destacar la misión
extraordinaria que todo sacerdote está llamado a desarrollar.
Quizá sea algo de esto
lo que pueda explicar la carencia de jóvenes que se ofrecen para dedicar su
vida al ministerio apostólico. Cuando la jerarquía de valores se invierte, es
lógico que sean pocos los que se atrevan a remar a contracorriente. En
ambientes donde Dios y la vida eterna
eran lo primero, con facilidad se sentían atraídos los jóvenes a un modelo
de vida tan estimado socialmente. Hoy no es así. Incluso dentro de la formación
o propuesta vocacional se incide más en que el sacerdote es una especie de
“SuperVoluntario”, con apelaciones a la heroicidad, al prestigio social
humanitario, etc... Pero eso no produce frutos, por la sencilla razón de que
eso no es lo esencial de la vida
sacerdotal y tampoco es aliciente suficiente para el estilo de vida que
conlleva el sacerdocio: la inseguridad existencial de apostarlo todo por el
“Reino de Dios”. Lo que Jesús llamaba la misión de “salvar la vida o el alma”
de los hombres.
Por eso, los tiempos de gracia en los que el Espíritu nos ha hecho entrar –porque cada día nuestras calles se parecen más a ese desierto al que Jesús fue llevado- , es ocasión o tiempo propicio para que se destaque la figura del sacerdote: hermano, amigo, consejero, padre, médico, juez y, sobre todo, como dice el lema de este año: PASTOR. Pastor que lejos de abandonar a sus ovejas cuando más desorientadas se hallan, hace resonar la melodía del Evangelio y disipa miedos, siembra esperanzas y abre senderos creativos de actuación, cuando nos sentimos “caminando por cañadas oscuras”.
Gran misión la de
nuestros pastores y gran ocasión para que su palabra resuene con fuerza y
autoridad. Pastores con misión. Esa
misión que la sociedad pretende negarle y considerarle un retal de tiempos
antiguos, una pieza museística de otras épocas, encerrado en su papel de mero
mantenedor de tradiciones apenas ya sin sentido ni eficacia real.
¡Buenos tiempos para la fe y la caridad! ¡Buenos tiempos para
refrendar nuestro apoyo a la institución diocesana del Seminario donde se forman nuestros “pastores misioneros”! ¡Buenos
tiempos para volver a animar a los
jóvenes a entregarse del todo en un oficio que nunca pasará de moda...hasta
que Jesucristo no lo haga!. Aquel que dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero
mis palabras no pasarán”. Que San José
nos ayude y que cada padre de la tierra,
encuentre en el sacerdote también el modelo
de una paternidad cumplida, para remontarnos hasta el único Padre, Creador y Señor de cielo y tierra (Mt 11,325). Él es
quien dirige y gobierna nuestro mundo y por eso no perdemos la esperanza nunca.
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